Tlacotalpan.

La cuna del son jarocho, tierra donde el fandango sigue vivo, donde la decima está a flor de piel, donde los instrumentos se construyen de una sola pieza y personalizados, donde el colectivo comparte a diario sus raíces, sus vivencias, su arte y enseña sus costumbres a quienes deseen aprenderlas sin ningún otro fin sino el de mantener viva el alma de lo que son, de donde provienen, Tlacotalpan es patrimonio de la humanidad. Gracias a datos de nuestro pana Carlos Rosario llegamos a dar a este pueblo y la cosa es que esta es la tierra que lo vio nacer, su orgullo. Myrna nos llevó un domingo si mal no recuerdo, para que conociéramos el susodicho y viéramos si podíamos organizar algo con los contactos que Carlos nos facilitó, ese día quedamos sorprendidos de la belleza de este lugar en el mundo, acá el tiempo se detuvo, el Papaloapan lo abraza y lo cuida, le brinda parte importante para la alimentación y una vista hermosa de verdad, en un pequeño restaurant a sus orillas nos instalamos para ingerir algún plato típico acompañados de unas birras bien frías y disfrutar de aquella maravilla. Dimos vueltas caminandito por las calles y encontramos uno de los puntos que teníamos de referencia, el Centro cultural Luz de noche, ahí conocimos a Ivonne, su dueña y administradora, una joven con la que después tuvimos tiempo para conversar y conocer acerca del espacio, nos dio fechas para la semana siguiente, hicimos todos los arreglos, vimos el lugar y quedamos pues, así son las cosas.

Tlacotalpan está todo pintado de diferentes colores, es ultra colonial y su belleza y limpieza es sin igual gente, claro que en las afueras están los ranchos, caseríos, haciendas y demases pero toda esta unidad le da un toque que en lo personal me impactó bastante e hicieron de este, el segundo lugar en el que me quedaría a vivir o donde me gustaría pasar mi jubilación.